lunes, 11 de junio de 2012

Arrecife de las sirenas





Estamos en un arrecife. Un paisaje volcado al mar. Agua y horizonte se cruzan en el firmamento. Sobre las majestuosas crestas de las olas, el viento sopla feroz en un intento de dominar ese mar cristalino y arriscado que se extiende kilómetros y kilómetros ante él. Allí mismo se tambalean lanchas repletas de buceadores, abofeteadas por el aire. Nuestra mirada queda teñida desde lo alto por toda una paleta de colores: ocres, platas, azules, verdes… Las formas escarpadas de las rocas del arrecife y su singular color oscuro nos recuerdan el origen volcánico de estas tierras, tierras almerienses…


Es la zona del Cabo de Gata, situado en el extremo suroriental de la provincia de Almería, en España. Es un paisaje prácticamente desértico, lo cual explica la singularidad de la flora y la fauna del lugar. Nos encontramos en ese punto geográfico exacto del Cabo de Gata que mira hacia el Arrecife de las Sirenas. Antes de llegar, nos cruzamos con Las Salinas donde se comercializa sal desde la antigüedad. Además de sal cuenta con una Iglesia abandonada donde los más curiosos se cuelan y hacen pintadas y rituales satánicos…

Si continuamos avanzando, el terreno se eleva en esta parte, la costa se vuelve abrupta y la carretera serpentea angosta y sinuosa hasta colocarnos ante el faro, aviso de navegantes. Vale la pena adentrarse hasta aquí para asomarse al paisaje. El faro fue construido en la década de 1860, y sus destellos nocturnos, que superan los 200 kilómetros, sirven de referencia para la navegación de la zona. Junto al faro, allí se encuentra el mirador de las sirenas… En realidad se trata de un conjunto de chimeneas volcánicas que en el pasado estuvieron pobladas de focas monje. La leyenda cuenta que los navegantes confundían los gritos de estos mamíferos con cantos de sirena, de ahí el nombre del arrecife.

Ahora, cuando uno se asoma desde lo alto del mirador solo puede escuchar el rugir del mar y el bramido del viento a partes iguales. Pero resulta igualmente encantador y espectacular. Uno puede sentarse en las rocas y ver el tiempo pasar, sin preocupaciones, mientras se impregna de los colores, olores y sonidos de la naturaleza; mientras se pierde en los brillos del sol, mientras respira bocanadas de aire salvaje, mientras sueña que ha alcanzado el fin del mundo y que él es el último observador de la Tierra.

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