lunes, 9 de enero de 2012

John Clunies-Ross

Durante más de 150 años, las Islas Cocos, situadas a medio camino entre la India y Australia, fueron controladas por la familia Clunies-Ross. Llegaron a ser conocidos como los “Reyes de las Cocos” y, ciertamente, durante la mayor parte de este tiempo, la familia gobernó las islas como auténticos señores feudales. Este anacronismo llegó a su fin, cuando en 1978, las islas dejaron de ser colonias británicas para pasar a estar bajo control de gobierno australiano.


 
El primer europeo en visitar las Islas Coco, y que les daría el otro nombre por el que serían conocidas en el futuro, fue el capitán británico William Keeling, durante un viaje por el Índico al servicio de la Compañía Británica de las Indias Orientales en 1609. Se trataba 2 atolones coralinos, con un total de 27 islotes, todos ellos deshabitados.

El archipiélago no volvería a ser visitado por ningún europeo hasta el 1825, cuando el Mauritius embarrancó en sus arrecifes y su tripulación sobrevivió en la isla Dirección varias semanas hasta ser rescatados. Los náufragos consiguieron subsistir gracias al agua de la lluvia que se acumulaba en el subsuelo del archipiélago formando "lentes" de agua dulce que flotaban sobre bolsas de agua marina, de mayor densidad. El naufragio demostró que un asentamiento continuo en las islas era viable.

Ese mismo año, John Clunies-Ross, un capitán mercante escocés, se topó con ellas mientras navegaba rumbo a la India. La de Clunies-Ross fue una visita breve, pero debió quedar bastante impresionado por las islas y las posibilidades económicas de sus cocoteros, pues decidió que algún día regresaría al archipiélago para instalarse con su familia.

Desafortunadamente para el escocés, Alexander Hare, también de la Compañía Británica de las Indias Orientales, como Keeling, y antiguo gobernador de la ciudad de Banjarmasin en Borneo, tuvo la misma idea y se le adelantó. Hare había oído hablar del archipiélago a varios capitanes y en mayo 1826 se instaló en ellas huyendo de la “vida domesticada que la aburrida civilización le ofrecía”. Hare llegó acompañado de un harén privado de 40 mujeres y unos 200 semi-esclavos malayos. Casualmente, Hare contrató para el traslado al hermano de John Clunies-Ross, que también era capitán de barco. No obstante, en el retiro de Hare no todo sería evasión y pronto se interesó por el aprovechamiento del fruto de los cocoteros que abundaban en la isla para la obtención de copra y de aceite de coco.



Hare dispondría únicamente de un año para disfrutar de sus 40 mujeres y de los cocoteros de las islas, el tiempo que tardó en regresar a ellas John Clunies-Ross con su familia y 20 trabajadores. Al parecer, Clunies-Ross venía con la misma idea, la explotación comercial de los cocoteros, y con planes para plantar muchos más.

En seguida, surgieron los enfrentamientos entre los dos hombres y, para desgracia de Hare, las mujeres de su harén comenzaron a abandonarlo para irse con los hombres que habían venido con los Clunies-Ross. Los intentos de dividirse el archipiélago entre los dos tampoco dieron resultado por lo que, finalmente, Hare se vio obligado en 1831 a marchar a Singapur. Con esta marcha, Clunies-Ross se hizo con el control de todas las islas y de todos sus cocoteros.

Como otras empresas de la época, los Clunies-Ross pagaban a sus empleados con su propia moneda, la rupia de las Cocos, que se convertiría en la moneda oficial del archipiélago, pero que no eran más que unas simples fichas de plástico que sólo servían para comprar en el economato de la propia compañía.

En 1854, John Clunies-Ross murió y su hijo, John George, le sucedió en el “trono” de las Cocos. Tres años después, las islas serían definitivamente anexionadas por el Imperio Británico. Ross II dejó de ser su “rey” para pasar a ser sólo su superintendente. Aunque, en 1886, la reina Victoria concedería a la familia Clunies-Ross las islas a perpetuidad. La corona, sin embargo, se reservaba el derecho de recuperarlas sin compensación económica alguna por motivos de interés público. El archipiélago pasó a convertirse de esta manera en algo así como un estado feudal gobernado por la familia Ross, cuyo cabeza de familia era desde la muerte de John George en 1871, su hijo George.




La familia complementaba los ingresos que obtenía gracias al comercio de la copra y del aceite de coco con la isla de Java con los provenientes del aprovisionamiento del creciente número de barcos balleneros que hacían escala en la isla. Pero, la fortuna familiar aún crecería más con el descubrimiento en 1888 de unos importantes yacimientos de fosfatos en la “vecina” (estaba a casi 1.000 kilómetros al norte, pero era el trozo de tierra más cercano) Isla de Navidad. La importancia de los fosfatos en la agricultura como fertilizante sería el principal motivo para la anexión de la isla por parte del Imperio.

Después de la anexión, el 6 de junio de 1888, Ross III estableció el primer asentamiento permanente en la isla, que hasta entonces había permanecido deshabitada a causa de su escarpada costa, sus densas junglas y su aislamiento. En un principio, iba a ser un pequeño campamento para la obtención de la madera y las provisiones que se necesitaban, pero escaseaban, en las Cocos. Sin embargo, los Ross rápidamente se interesaron por entrar en el negocio de los fosfatos y delimitaron con estacas su propia concesión minera. En seguida, se desató una competición con John Murray, el naturalista escocés que los había descubierto, por hacerse con los derechos comerciales de los fosfatos de la isla.

Finalmente, en 1891 Murray y Ross III aceptaron el acuerdo ofrecido por la autoridad colonial para explotar conjuntamente los yacimientos durante 99 años a cambio del pago anualmente de una pequeña cantidad de dinero. La explotación comercial de los fosfatos comenzaría en 1895, dos años después, Ross y Murray fundarían la Christmas Island Phosphate Company. Al igual que en las Cocos, al no contar la isla con una población propia fue necesario traer la mano de obrar del exterior. En este caso, se hicieron venir 200 trabajadores chinos, 8 europeos para encargarse de la gestión y 5 policías sikhs para mantener el orden en el nuevo territorio.




Simone Dennis en su libro “Christmas Island: an anthropological study” asegura que las condiciones de vida en la isla de Navidad eran muy duras. Sólo en un año, el beriberi mató a 400 de los 2.400 trabajadores y otros 200 murieron a causa de la falta de higiene y la mala alimentación.

Algunos de los trabajadores chinos, habían sido transportados bajo cubierta por lo que desconocían que habían abandonado China y planeaban ingenuamente fugas a nado hacia China. El opio no faltaba en las islas y era una manera de reducir las ganas de problemas y de huir de los trabajadores chinos, que, a causa de las deudas contraídas con la compañía, ya fuera por la atención médica o el alojamiento, no eran libres de marchar.

Murray se quedaría en la isla dirigiendo las operaciones de la nueva compañía y acabaría siendo conocido como el “Rey de la Isla de Navidad” hasta su regreso a Londres en 1910. Mientras los Ross seguían en su propio “reino” y, ese mismo año, George fue sucedido al frente de la familia por su hijo mayor, John Sidney, que se convertiría en Ross IV.

Durante la Primera Guerra Mundial, debido a su estratégica situación para las comunicaciones de los Aliados en el área del Índico y con Australia y Nueva Zelanda se situó en una de las islas Cocos una estación de radio y telégrafo. La estación sería bombardeada el 9 de noviembre de 1914 por el crucero ligero alemán SMS Emden en la conocida como la “Batalla de las Cocos” y acabó con el hundimiento del barco alemán por parte del Sidney australiano, la captura de 229 de sus marineros y la muerte de otros 131. Por su parte, los australianos únicamente sufrieron 4 bajas.

Acabada la guerra, en 1925, John Sidney, de 56 años de edad, se casó en Londres con una joven de 22 años que sería conocida como “Queen Rose”. Tres años más tarde, nacería John Cecil.




Durante la Segunda Guerra Mundial, las Cocos se convirtieron otra vez en un enclave estratégico. Después de la invasión de la isla de Navidad por parte de los japoneses un pelotón de los “King’s African Rifles” se estableció en la isla Horsburgh, mientras la población local fue realojada en la isla Home. Afortunadamente, esta vez, las islas no fueron el escenario de ninguna batalla y la pista de aterrizaje que los británicos construyeron poco antes de la rendición del Japón, con capacidad para el aterrizaje de bombarderos pesados, no llegó a ser utilizada.

En 1946, John Cecil, con sólo 18 años de edad, se convierte en “Rey de las Cocos”, dos años después de la muerte de su padre. Dos años después, los gobiernos de Nueva Zelanda y Australia adquirieron los derechos y las instalaciones mineras de la Christmas Island Phosphate Company, aprovechando la difícil situación económica que pasaba la compañía y el estado en que quedaron las instalaciones después la ocupación japonesa de la isla. La compañía sería liquidada al año siguiente, recibiendo la familia Clunies-Ross 250.000 libras.

La reina de Inglaterra visitaría las Cocos en 1954, sería la última visita antes de que el 23 de noviembre del año siguiente las islas pasaran a manos de Australia, que tenía intención de usar las islas como estación de repostaje en una nueva ruta aérea que conectaría el país oceánico con Sudáfrica.

Los Clunies-Ross participaron en las complicadas negociaciones y, aunque, en un principio, se acordó el pago de una compensación anual por parte del gobierno australiano a la familia por la pérdida del terreno cultivable que ocupaba la pista; finalmente, la operación se cerró con la venta de la antigua pista de aterrizaje de la Segunda Guerra Mundial al gobierno australiano y las Cocos siendo territorio australiano.

Este cambio de soberanía supondría el comienzo del fin del reino de los Clunies-Ross y de la entrada del archipiélago y de sus 1.500 habitantes en el siglo XX. Durante los primeros 15 años, el gobierno australiano se implicó muy poco en los asuntos de las islas y las cosas siguieron más o menos igual. En 1967, con la introducción de los primeros aviones que no necesitaban hacer escala para llegar a Sudáfrica desde Australia, la pista de aterrizaje perdió su importancia comercial y quedó relegada al uso militar y a la de unos pocos vuelos con destino final en el archipiélago.



En un principio, la vida en las islas no cambió demasiado. Sin embargo,con el paso del tiempo y con la introducción de otros negocios, que alejaban las islas del monocultivo de los cocos, la participación del gobierno australiano en los asuntos del archipiélago comenzó a ser cada vez mayor. Al mismo tiempo, los sindicatos australianos, comenzaron a denunciar las condiciones de trabajo de los empleados de los Clunies-Ross, calificadas por algunos informes oficiales como próximas a la esclavitud. Estas denuncias junto con el creciente descontento del gobierno australiano con la manera semifeudal de gestionar las islas de los Clunies-Ross hicieron que la situación en las islas se volviera insostenible, por lo que, en 1978 y ante la amenaza de una expropiación inminente, la familia Clunies-Ross se vio obligada a vender las islas al gobierno.

La familia recibió 6.250.000 dólares australianos y consiguió retener la propiedad de la Oceania House, la lujosa mansión familiar de 14 dormitorios, aunque no tardaría en marchar a Perth. Unos años después, el último “rey” acabaría empobrecido después de que su naviera entrara en bancarrota a causa de se objeto de un boicot por parte del gobierno australiano.

En la actualidad, su hijo John George es el único miembro de la familia que reside en el archipiélago, en la isla West, una de las dos únicas islas y que cuenta con una población de unas 120 personas. El que tendría que haber sido el Ross VI, reconoció que la pérdida de las islas por parte de su familia le supuso un disgusto en su tiempo, “tenía 21 años y había sido educado para el trabajo”, aunque hoy en día reconoce que la situación se había convertido en “un anacronismo y tenía que cambiar”.



Hoy en día, la opinión de los isleños sobre los Clunies-Ross aún continúa dividida. Para algunos, fueron unos explotadores colonialistas. Otros, sin embargo, tienen una imagen más amable de ellos y los recuerdan como unos empresarios paternalistas. Si bien, admiten que los salarios eran bajos, recuerdan que la electricidad, la casa o la escuela eran gratis para todos.

Un artículo de The Straits Time de mayo del 1946, lo calificaba como el sistema de seguridad social más avanzado de la época. Había empleo para todos y una jubilación voluntaria para los mayores de 65 años, que seguían cobrando la mitad de su salario. Los Ross también se encargaban de las viudas y de los. Otra de las responsabilidades de la familia era la de mantener el orden, aunque el nivel de criminalidad era muy bajo.

Los isleños también recuerdan con anhelo aquellos tiempos en que podían cazar las aves o tortugas de las isla sin ningún tipo control, no como en la actualidad, que el gobierno australiano no se lo permite. Pero está claro que hay cosas que todos coinciden en reconocer que han cambiado para mejor. Hoy en día los habitantes de las islas son libres de viajar al exterior. En tiempos de los Ross, podían hacerlo, pero bajo amenaza de no poder regresar jamás.

En 1984, los habitantes de las Islas Cocos, apenas unos 600, en su mayoría de origen malayo, aprobaron en referéndum su plena integración en Australia.

Gateshead Millennium Bridge

 Gateshead Millennium Bridge, es un puente de inclinación preparado para el tránsito de peatones y ciclistas situado sobre el río Tyne, entre Gateshead y Newcastle, en Inglaterra. Esta galardonada estructura, fue concebida y diseñada por Wilkinson Eyre Architects y los ingenieros civiles de la empresa Gifford. En términos de altura, el puente es ligeramente más corto que su vecino Tyne Bridge, y se erige como la sexta estructura más alta en la ciudad.

Elegido entre más de 150 propuestas, la construcción del puente supuso un costo de 22 millones de libras (unos 28 millones de euros), financiados por la Millennium Commission y el Fondo Regional para el Desarrollo Europeo. Abierto al público desde el 17 de septiembre de 2001, es conocido a nivel local con el apodo de “Blinking Eye Bridge” o “Winking Eye Bridge” debido a su forma y su método de inclinación.

El puente fue levantado el 20 de noviembre del 2000 en el mismo lugar de una sola pieza por el Asian Hercules II, una de las mayores grúas flotantes del mundo. La estructura consta de seis cilindros hidráulicos de 45 centímetros, divididos en tres a cada lado del puente y alimentado con un motor eléctrico de 55 kW. Esto hace posible que el puente pueda rotar para adquirir una inclinación que permita a pequeños barcos y embarcaciones, de hasta 25 metros de altura, pasar por debajo.













El puente tarda cuatro minutos y medio en finalizar la rotación, alcanzando un ángulo de 40º de cerrado a abierto, en función de la velocidad del viento. Pero mejor, veámoslo en un timelapse donde se demuestra la belleza que ofrecen este tipo de puentes de inclinación.
 
 

La cubierta del puente proporciona una acera y un carril bici separados, tomando una amplia dirección curvada a través del río. La sección de la cubierta, es esencialmente, una caja rígida de acero, suspendida desde los cables de acero de 6m centralizados desde un arco de acero parabólico.

El arco y la cubierta son unidas en cada final del soporte donde convergen sobre una disposición transversal cilíndrica, que a su vez se apoya en cada extremo por cojinetes esféricos. A partir de este cilindro se extiende una paleta de acero a la que un grupo de cilindros hidráulicos están conectados. Para abrir el puente, los grupos de cilindros empujan contra la paleta rotatoria de la estructura a través del ángulo requerido de 40 grados. Cada grupo de cilindros es operado por una planta de energía hidráulica independiente ubicada en una sala de máquinas, inmediatamente detrás de los bloques de anclaje del cilindro.







El puente ha funcionado de forma fiable desde su construcción, haciendo posible el tránsito del tráfico fluvial sin complicaciones. Sin embargo, no sólo se abre para el paso de embarcaciones, sino también para actividades turísticas y grandes eventos deportivos, como la Northumbrian Water University Boat Race y la Cutty Sark Tall Ships Race.

La construcción del puente hizo ganar a los arquitectos de Wilkinson Eyre en 2002 el Premio Stirling concedido por la Royal Institute of British Architects (RIBA), así como a los ingenieros de Gifford en 2003 ganar la IStructE Supreme Award. Al ganar el Premio Stirling, Wilkinson Eyre se convirtió en la primera, y hasta ahora única empresa de arquitectos en conservar el galardón más prestigioso de la arquitectura británica. En 2005, el puente recibió el Premio de la Estructura Excepcional otorgado por la Asociación Internacional de Puentes e Ingeniería Estructural (IABSE).
 

El río condenado a muerte



Este es un extraño caso en que un río fue condenado a muerte, y también de la curiosa forma en que la pena fue ejecutada. Lo podemos saber gracias Heródoto de Halicarnaso.


Cerca del año 540 a.C, el Rey Ciro II el Grande, de Persia, estaba con sus ejércitos invadiendo con éxito el este de Europa y algunos territorios del cercano oriente. Avanzaba hacia Babilonia.


Él y su ejército llegaron a las orillas del río Gyndes (el actual río Diyala que corre entre Irán e Irak y desemboca en el río Tigris). Estando haciendo los preparativos para cruzarlo (lo cual no podía hacerse sino con barcazas), uno de los caballos blancos sagrados propiedad del rey se lanzó al agua y trató de cruzar a nado, pero entre los remolinos, murió ahogado.


El soberbio rey Ciro no estaba acostumbrado a recibir el reto de nadie, ni siquiera de un río. Se encolerizó de tal manera por la muerte del caballo, que condenó al rio a morir como tal, dejándole tan pobre de caudal que hasta las mujeres pudiesen atravesarlo sin que sus aguas les cubrieran nada más que sus pies.


Ciro aplazó su campaña contra Babilonia y ordenó ejecutar la sentencia. Para ello dividió en dos partes su ejército, cada uno en una orilla del Gyndes, marcando con cordeles 180 acequias a cada lado del río y ordenó que comenzasen a cavar. Cerca de tres meses duró la empresa, hasta que al final las acequias se convirtieron en 360 canales que desangraron el río. Al final de la colosal obra, Ciro marchó en señal de triunfo con sus hombres sobre el Gyndes, que quedó reducido a una red de arroyos insignificantes.


Por suerte, la Naturaleza quiso que muchos años después el río volviese de nuevo a su cauce.

Pirámides naturales

El Cerro Tusa se destaca por su silueta con forma de pirámide sobresaliendo al resto del paisaje del entorno. Con su forma tan particular, es un ícono del lugar, emergiendo con 500 metros de altura por sobre el terreno con sus laderas pronunciadas que forman lo que sería una gran “pirámide” natural.





Un lago con pirámide, en Nevada, el Lago Pirámide.
Dentro del Lago Pirámide, en Nevada, Estados Unidos emerge una “pirámide” natural, que además es un santuario de pelícanos blancos, por lo que no está permitido acercarse. Se llama isla Anaho, y desde lejos, se ve por demás curiosa.





Pirámide de Walsh, Australia
A 20 kilómetros al sur de Cairns, en Queensland, Australia, se encuentra una “pirámide” natural (Walshs Pyramid) que alcanza unos 922 metros de altura, y que se puede ascender y descender en unas cuatro horas.




Dego algunas imágenes más de montañas con forma de pirámide en Islandia:



También en Islandia