SAM: ¿Qué es eso?;
GIMLI: Sólo un jirón de nube.;
BOROMIR: Se mueve veloz. Y contra el viento.;
LEGOLAS: ¡Crebains de las Tierras Brunas!;
ARAGORN: ¡Escondeos!;
BOROMIR: ¡Merry! ¡Pippin!;
ARAGORN: ¡Frodo! ¡Sam! ¡A cubierto!;
GANDALF: Espías de Saruman.
Se encuentra cerca de Ushuaia, el lugar donde dicen, empieza o acaba el mundo. Se conoce como faro Les Éclaireurs, en un islote en el canal del Beagle y frente a la bahía de la ciudad, en Tierra del Fuego, Argentina. Es todo un ícono de la región, y erróneamente, llamado el faro del fin del mundo, cuando en realidad el faro con ese nombre está en la isla de los Estados. Sin embargo, la atmósfera y la sensación del lugar, lo vuelven un lugar casi mítico.
En el lago General Carrera, en Chile, la erosión del agua modeló una formación rocosa de un modo curioso, dejando una enorme estructura en forma de islas e islotes conocidas como la Catedral de Mármol.
Parece un rincón idílico perdido. Es apenas un promontorio rocoso que emerge sobre el mar turquesa en Seychelles. Pero concentra toda la belleza de las islas en pocos metros.
La belleza del Lago del cráter es innegable, aunque no es adecuado afirmar que no sea transitoria: el lecho del lago conserva actividad hidrotermal, un indicio de que el monte Mazama (el nombre de la elevación) puede entrar en erupción en algún momento imposible de preveer. Mientras tanto, una idílica isla permanece impasible rodeada de belleza.
En Maldivas, hay muchas islas perdidas que parecen de fantasía. Una de ellas es la isla Mirihi, en el Atolón Alif Dhaal. Está intervenida por un emprendimiento turístico que aún, no le resta belleza.
La isla que es parte del pueblo de Bled, en Eslovenia, está en el centro de un lago glacial con costas cubiertas de bosques, y es extremadamente fotogénica.
Aunque para muchos no pasa de un islote, “isla uña” es todo un ícono de de la bahía de Phang Nga. Ko Tapu exhibe con honor sus veinte caprichosos metros de altura y es una gran atracción turística de la zona, en Tailandia.
Un solo camino. Asfaltado de granito gris, flanqueado por dos hileras de ramas del color del trigo. El camino atraviesa un bosque, un maravilloso bosque de bambú. Las árboles crecen y crecen sin medida, sus troncos ahuecados se estiran hasta rozar el cielo. Entre medias, algunas ramas más valientes se inclinan y se abrazan entrelazadas con las de su árbol de enfrente. Lo hacen a metros de distancia del suelo, de forma que solo inclinando la cabeza hacia arriba se puede apreciar. La luz solar cae y se rompe en miles de rayos que se cuelan fugaces entre los escasos huecos del bosque para iluminarlo. El camino, estrecho, se adentra en línea recta en el bosque. En tramos diversos nace una zona escalada y serpentea. Pero no es un camino cansino. Es un paseo ameno por la naturaleza, es un encuentro con el bosque.
Este lugar existe. Está en Japón, es una ciudada llamada Kamakura. El verdadero nombre del bosque y su indescriptible camino es Sagano Arashiyama. Está bastante próximo de Kyoto. El bosque se puede visitar a la luz del día, cuando las hojas adquieren su color verde explosivo y el contraste de sombras hacen del lugar algo místico, o bien, puede ser una buena escapada romántica si se desea atravesar por la noche. Todo un paraíso que se encuentra completamente iluminado para los más aventureros con faltas de sueño nocturno.
El bosque te seduce con su encanto visual, esos larguiruchos bambúes hacia la inmensidad, esas ramas tiernamente cruzadas, esas hojas rematando el tejado boscoso, ese camino de cuento construido entre los árboles… pero podrás disfrutar de otras sensaciones igual de acogedoras. Una melodía hermosa y natural reina en el ambiente, el siseo del viento que sopla con delicadeza y golpea al bambú, acaricia las hojas y te refresca el rostro. Un paraíso de colores, de sonidos, de sensaciones. Se dice que la época ideal para visitar el bosque es durante el otoño, momento del año en el que los bambúes adquieren un color ocre espectacular. Y cuando hayas acabado de deleitarte con el bosque, cerca se encuentran los conocidos templos Zen (como por ejemplo el templo Tenryuji) que podrás visitar para revitalizarte espiritualmente y acabar sintiéndote partícipe de un auténtico paraíso. Un paraíso japonés.
Paseamos hoy por uno de esos rincones únicos del planeta en los que el aislamiento del resto del mundo y un clima más que peculiar han creado, con el paso del tiempo, un micro-universo único y particular, con una extraña flora y fauna que no existe en ningún otro lugar de la Tierra.
Muchos conoceréis ya la isla de Socotra por ser un tema recurrente en los power points que recorren nuestras bandejas de entrada, pese a todo, es un clásico que no podía faltar en la sección de lugares increíbles del blog.
Socotra es la isla principal, junto a otras tres pequeñas islas, de un archipiélago que se encuentra en el océano Indico, justo en el cuerno de Africa. Unas diez mil personas viven repartidas en el archipiélago dedicándose mayoritariamente a la pesca y a la ganadería.
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Las islas pertenecen a Yemen, aunque por su privilegiada posición en el estrecho de Adén ha sido codiciada por muchos países en su historia. Fue de dominio portugués y británico e incluso se dice que el mismísimo Alejandro Magno la conquistó porque en ella había gran cantidad de aloes que servirían para la curación de heridas y enfermedades de sus soldados durante las campañas.
Socotra aparece por primera vez como Dioskouridou (en alusión a Dioscúrides) en una ayuda a la navegación, el Periplo por el Mar Eritreo, del siglo I. En las notas de la traducción que del mismo hiciera G.W.B. Huntingford, remarca que el nombre de Socotra no es de origen griego, sino que procede del sánscrito Dvipa Sukhadhara (“isla de la felicidad”).
Se calcula que la isla se separó de Africa allá por el Plioceno, cuando se abrió el golfo de Adén. El largo aislamiento geológico y el clima caluroso han creado una espectacular flora endémica con más de 300 plantas que no se encuentran en ningún otro lugar del globo.
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El clima en general es desértico tropical, con pocas lluvias, concentradas en el invierno y más abundantes a mayor altura que en las zonas costeras. Socotra tiene tres tipos de terrenos principalmente: estrechas planicies costeras, una meseta de piedra caliza con cuevas kársticas y las montañas Haghier. El clima es fuertemente monzónico, de junio a septiembre tradicionalmente la isla era inaccesible a causa de los fuertes vientos y el mal oleaje. En julio de 1999 un nuevo aeropuerto permitió el acceso a Socotra durante todo el año.
La formación vegetal más sorprendente de la isla se encuentra en los acantilados, al pie de las montañas. La vegetación allí está dominada visualmente por el árbol de pepino, Dendrosicyos socotrana, una subclase particular de la rosa del desierto, Adenium obesum subsp. socotranum y Euphorbia arbuscula. Más arriba, en las montañas, domina la dragonera de Socotra o árbol de la sangre del dragón (Dracaena cinnabari), con una copa en forma de paraguas. Su resina, la sangre del Dragón, se utiliza como tinte desde la antigüedad. También se encuentra en el archipiélago la Dorstenia gigas, una Moraceae pachycaule.
Al igual que ocurre con otras islas aisladas, los murciélagos son los únicos mamíferos nativos de la isla. Como contraste, la diversidad marina es muy grande, y se caracteriza por la presencia de especies originarias de las regiones biológicas próximas, el océano Índico occidental y el mar Rojo.
La mayoría de los habitantes de la isla viven todavía sin electricidad, agua corriente o carreteras pavimentadas. A finales de los años 90, se desarrolló un Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo dedicado a la isla. Los habitantes de Socotra crían ganado y cabras. En las islas se habla un idioma semítico propio, el soqotri, que está relacionado con otros idiomas de la península Arábiga como el Mahri y el Dhofari o Jibali.
La isla fue reconocida en julio de 2008 por la UNESCO como Patrimonio Mundial Natural.
El desierto de Karakum cubre el 70% del territorio de Turkmenistán, con un área total superior a los 350.000 kilómetros cuadrados. Es uno de los desiertos más extensos del mundo y uno de los territorios más despoblados del planeta. En mitad del desierto se encuentra Darvaza, una minúscula aldea de poco más de tres centenares de habitantes a unas cinco horas de coche al norte de la capital turkmena, Asjabad. Muy cerca del poblado se halla una de las maravillas más inquietantes conocidas. Los locals lo conocen como la puerta del infierno; es el cráter de Darvaza, que lleva ardiendo sin cesar cuarenta años.
El cráter de Darvaza
El pozo o cráter de Darvaza es un agujero en el desierto de casi setenta metros de diámetro. No hay absolutamente nada en diez kilómetros a la redonda, ni tampoco en cien, salvo la aldea que le da nombre y la carretera y el ferrocarril que van hacia Uzbekistán. De día resulta llamativo por su amplitud y por su aparente carencia de sentido. Un enorme boquete en mitad de la más profunda y angustiosa de las nadas. Pero si de día impresiona, al anochecer resulta inquietante. En las horas previas a la desaparición del sol bajo el horizonte, el cráter va adquiriendo la consistencia de las puertas del infierno, resaltando la luz de sus llamas en la cada vez más reinante oscuridad. Cuando desaparece la luz natural, quedan el silencio y la oscuridad quebrados por las llamas del cráter.
El cráter no tiene origen volcánico sino humano. A principios de los años 70 un grupo de geólogos soviéticos andaba haciendo perforaciones por la zona buscando petróleo, gas natural y demás fuentes de energía fácilmente vendibles a cambio de divisas. En un momento dado encotraron una cueva que estaba hasta arriba de gas natural. Al perforar derrumbaron todo el techo de la cueva sobre ésta, formándose así el cráter de setenta metros de diámetro, que también tiene unos veinte metros de profundidad. Al percatarse del escape de gas, que podía resultar muy perjudicial para cualquier cosa que se acercara, los geólogos decidieron pegarle fuego, esperando que éste se extinguiera en unos días. Y desde entonces hasta hoy han pasado más de quince mil días y aquello sigue ardiendo.
De noche el cráter es visible desde varios kilómetros de distancia. Lleva ardiendo más de cuarenta años, y se desconoce durante cuánto tiempo más puede seguir ardiendo. Quizá décadas, o quizá esté próximo a su final. En cualquier caso es la principal atracción turística del desierto. De hecho podríamos decir que es la única atracción turística del desierto. No muy lejos de allí hay otro cráter, pero en este no encontramos llamas sino agua. Eso y la aldea son lo único que tiene vida en un lugar yermo y desolado. O, visto desde otro punto de vista, hasta en un lugar tan yermo y desolado se puede encontrar vida y algo que ver.
A unos pocos kilómetros al sur de Darvaza se encuentra este pequeño busto. Está situado junto a la carretera, sin nada más alrededor. Es el busto de un tal A. Rustamov, un ornitólogo turkmeno, y rector de la universidad agraria de Asjabad. Fue alzado por el hijo del homenajeado. El lugar, por lo visto, fue el destino de una expedición comandada por el tal A. Rustamov. La mitad de la nada.