Bienvenidos al 29 de febrero, el día favorito de cualquier amante de las cosas raras. Cada uno de ustedes, queridos amigos, vivirá o habrá vivido en el momento de su tránsito a mejor vida unos veinte o a lo sumo veinticinco de estos días (seamos optimistas). El origen de este día es enormemente conocido y se remonta al Imperio Romano, pero no por ello voy a dejar de explicarlo hoy aquí. La Tierra tarda 365 días y 6 horas en dar la vuelta al sol, por lo que cada cuatro años se acumulan 24 horas, que son paridas en forma de 29 de febrero cada cuatro años. Hay excepciones. Para ser precisos, en realidad nuestro querido planeta tarda exactamente 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45 segundos en darse un garbeo alrededor del sol, por lo que básicamente cada año se acumula un error de unos 11 minutos. Para compensarlo los años que son divisibles por 100 pero no por 400 (es decir, 1800, 1900 0 2100, entre otros) no son bisiestos. Hasta aquí lo que ya sabíais. El caso es que el 29 de febrero es una fecha rara, pero el 30 de febrero lo es aún más. Y sin embargo ha existido ese día. ¿Cuándo? En 1712. ¿Dónde? En Suecia. Esta es su historia.
Una brevísima historia de los calendiarios Juliano y Gregoriano nos servirá de introducción. El calendario Juliano fue el que estuvo vigente en Europa y sus colonias hasta 1582. Fue implantado bajo el mandato de Julio César, de ahí su nombre, en el año 45 antes de nuestra era. Funcionaba muy bien y ya incluía los años bisiestos con un día extra en febrero (que entonces, por cierto, era el último mes del año). Un año más tarde el mes “quintil” fue renombrado como “Júlium” en honor al emperador, y su duración extendida a 31 días desde los 30 originales. El día extra para julio fue sustraido a febrero, que se quedó con 29 (30 en los bisiestos). Dos décadas después el mes de sextil se renombró en homenaje a César Augusto (es el actual agosto, claro) y también le robó un día a febrero. Y así febrero quedó con 28 ó 29 días. Por cierto, todo lo anterior es muy probablemente falso y es una teoría de un tal Juan de Sacrobosco, sin demasiado respaldo real.
El caso es que el calendario juliano tenía en cuenta una duración del
año solar de 365 días y cuarto, lo que, como hemos visto más arriba,
implicaba un desfase anual de once minutos. Algo en principio no
demasiado importante en principio, pero que dieciséis siglos después
suponía más de diez días de desfase entre el calendario solar y el de
uso común. Y ahí es cuando entra en escena el Papa Gregorio XIII. Asesorado por el astrónomo de origen alemán Cristopher Clavius, decidió que al 4 de octubre en vez de seguirle el 5, como Dios manda, le siguiera el 15 de octubre, instaurando así el Calendario Gregoriano.
Eliminando esos diez días consiguió igualar los calendarios solar y
eclesiástico. Pero la aceptación y la puesta en marcha de la medida no
fue tomada al mismo tiempo en toda Europa.
Detalle de la tumba del Papa Gregorio XIII celebrando la introducción del calendario que lleva su nombre
¿Qué pinta aquí un mapa de Alaska?. Me
sirve para contar una anécdota. Alaska formaba parte de Rusia hasta
1867, cuando fue comprada por EE.UU. En esa época Rusia usaba el
calendario juliano y EE.UU. el gregoriano. Cuando Alaska pasó a formar
parte de Estados Unidos lógicamente adoptó el calendario vigente en su
nuevo país. Pero no sólo eso. Hasta el 1 de enero de 1867 la línea de
cambio de fecha coincidía con la frontera entre Alaska y Canadá, pero
eso se modifícó tras la adquisición, retrasando 24 horas la hora oficial
del territorio. Así que en vez de saltarse doce días para ajustar el
calendario, como correspondía, se saltaron sólo once, quedando así
Alaska en su ubicación temporal actual.
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