viernes, 14 de septiembre de 2012

Ruinas de Yonaguni

 


Las islas Okinawa, un paraíso de arenas blancas, aguas turquesas y calor. Cualquiera de estas islas ofrece lo suyo a la hora de sumergirse en las profundidades marinas pero sin dudas yo no dejaría de nadar entre las misteriosas ruinas de Yonaguni.

Yonaguni es una de las islas Ryukyu y el mejor momento para llegar y bucear aquí es en los meses de invierno pues a las ruinas se suma la población de tiburones cabeza de martillo.




Fue precisamente mientras observaba tiburones un sujeto dio con unas formaciones extrañas, allá por 1987. Parecían estructuras artificiales así que después un grupo de científicos se internó en el agua para ver de qué se trataba. Desde entonces es uno de los destinos de buceo mas populares de esta parte del mundo.





La estructura principal, que se conoce como Monumento, es una forma rectangular que mide 150 metros por 40 metros y unos 27 metros de alto. La parte mas alta está a apenas 5 metros de la superficie y es por aquí arriba que hay escalones y terrazas con muros verticales. A cada sector le corresponde un nombre pero en verdad nadie sabe qué es la estructura o qué propósito tuvo.





Hay gente que dice que estas estructuras son naturales y hay otros que afirman que son artificiales y no dudan en comparar las ruinas con Sacsayhuaman, las misteriosas ruinas de América del Sur. Si es de factura humana entonces se remonta a la ultima glaciación porque entonces el nivel del agua estaba mas bajo así que Yonaguni estaba al final de un puente de tierra que se conectaba con Taiwán, Japón, Asia y las islas Ryuku.


 
 
 
 

jueves, 13 de septiembre de 2012

La vida de las legiones romanas

El emperador lidera las tropas


Un hombre que se enrola en el ejército cambia de vida por completo. Deja de ser alguien que toma sus propias decisiones y emprende una vida nueva, dejando atrás la anterior». Así explica el escritor Artemidoro el drástico cambio de vida que experimentaba quien se convertía en legionario romano. Lo cierto es que eran muchos los que aspiraban a emprender esa carrera, no sólo porque la demanda de soldados era importante –se necesitaban entre 7.500 y 10.000 nuevos reclutas cada año–, sino también porque ofrecía numerosos alicientes a los candidatos. La vida en el ejército garantizaba comida, alojamiento y un salario que, si bien no era superior al de un trabajador libre, sí tenía la ventaja de ser fijo.

Existían también posibilidades de promoción interna, así como ciertos privilegios a la hora de enfrentarse a procesos judiciales, en los que la condición de soldado era sumamente ventajosa. Durante el servicio, el soldado podía aprender un oficio, e incluso a leer y a escribir, y recibía asimismo mejor atención médica que la media de los demás romanos. Además, confiaba en que al licenciarse recibiría una cantidad de dinero o un terreno. Los puestos de legionario estaban reservados a los ciudadanos, pero los que no lo eran podían alistarse en las tropas auxiliares con la esperanza de obtener la ciudadanía al término de su servicio. Naturalmente, había contrapartidas: el legionario debía someterse a las órdenes de los mandos, y soportar castigos corporales e incluso la pena capital sin grandes opciones de defensa. Tampoco podía casarse legalmente, aunque en la práctica muchos soldados tenían esposa e hijos no reconocidos oficialmente.



La vida en el campamento

Para ingresar en una legión había que cumplir una serie de requisitos, que verificaba el oficial encargado del reclutamiento. Como el servicio duraba veinticinco años, el candidato debía ser joven, en torno a los veinte años. Se prefería a hombres procedentes del campo, porque habían vivido en condiciones más duras y se creía que aguantarían más fácilmente los rigores de la vida militar. La altura ideal para un recluta de la primera cohorte o un jinete de caballería oscilaba entre 1,72 y 1,77 metros, aunque no se rechazaba a los que fueran algo más bajos, pero de complexión fuerte; a finales del Imperio la altura mínima bajó a 1,65 metros. También se requería cierta simpleza e ignorancia, con vistas a tener hombres que no cuestionasen las órdenes recibidas, pero también se buscaba a reclutas con educación en letras y números que ocupasen los puestos administrativos. Se valoraba a aquellos que habían ejercido una profesión que resultara útil para la vida del campamento, como herreros, carpinteros, carniceros y cazadores. Algunos se valían de cartas de recomendación escritas por personas influyentes en las que se ensalzaban sus habilidades.

Tras el reclutamiento, el legionario era destinado a su unidad, generalmente en un campamento estable de mayor o menor tamaño situado en las fronteras del Imperio, donde viviría en un ambiente totalmente distinto al de un civil. Estos campamentos tenían una estructura común, si bien cada uno podía presentar sus propias particularidades. Su forma era rectangular y su extensión, de unas veinte o veinticinco hectáreas. Había dos calles principales: la via principalis, que atravesaba el campamento de lado a lado con entradas en los lados mayores del rectángulo; y la via praetoria, que iba de la entrada principal hasta el corazón del campamento, donde se cruzaba con la principalis. En esa intersección se situaban los principia, el cuartel general, sede administrativa del campamento. En el mismo punto podía haber una plaza central porticada y una basílica, así como el templo (aedes), el espacio más prestigioso, donde se guardaban altares, estatuas y bustos de los emperadores, y los estandartes y el águila de la legión. Junto a los principia estaba el praetorium, residencia del comandante, donde vivía con su familia y su séquito. Los tribunos también tenían viviendas propias, de mayor calidad que los barracones de centuriones y legionarios.

El hospital era un edificio imprescindible, en el que se atendía a los soldados afectados por heridas de guerra o, más comúnmente, por enfermedades o accidentes laborales producto de su rutina diaria. Solía tener un patio central, en torno al cual se disponían los habitáculos para los enfermos y otras dependencias, y estaba atendido por médicos militares de mayor o menor profesionalidad. Los hallazgos de instrumental médico y las informaciones de recetas creadas por los médicos militares indican una calidad de atención superior a la que recibiría un civil que no tuviera los recursos necesarios para pagarse un médico particular. Los graneros, llamados horrea, estaban construidos sobre pilares o muros elevados para que los cereales y otros alimentos se conservaran frescos y a salvo de animales dañinos.

Los soldados vivían en barracones de forma alargada. Cada uno de ellos acogía a una centuria, unos ochenta hombres, que a su vez se dividían en diez grupos de ocho. Cada uno de estos grupos, llamados contubernium, tenían asignadas dos pequeñas habitaciones, de cinco metros cuadrados cada una: una para los enseres y armas y otra que hacía las veces de dormitorio. Aunque pudiera parecer un lugar pequeño para vivir, no reunía condiciones peores que las de los civiles y, además, la mayor parte del tiempo los soldados estaban realizando sus tareas diarias o las misiones encomendadas dentro o fuera del campamento.

El centurión tenía su alojamiento en habitaciones más amplias, en un extremo del barracón. Su misión era gobernar la centuria, y a veces lo hacía con dureza y arbitrariedad. El centurión usaba a menudo la vara para mantener la formación y castigar al que no desfilara correctamente o hablara con su compañero. Tácito transmite la anécdota de un centurión llamado Lucilio al que llamaban «¡Vamos, otra!», porque cuando rompía una vara en la espalda de un soldado pedía otra con voz potente; su crueldad provocó que fuera asesinado en un motín. En consecuencia, era importante llevarse bien con el centurión para poder pasar la vida en el campamento lo mejor posible. Un soborno en el momento adecuado podía proporcionar el ansiado permiso, ampliar uno ya otorgado o hacer que el soldado resultara favorecido con las tareas más cómodas. En una carta de un soldado llamado Claudio Terenciano se da fe de que en el ejército «no se consigue nada sin dinero».



Tareas y maniobras


La jornada de un legionario estaba marcada por las obligaciones militares. Después del desayuno y de pasar revista, se asignaban las tareas a cada soldado siguiendo las órdenes procedentes del cuartel general. Esta asignación se registraba minuciosamente en una hoja de servicios. Se ha conservado una perteneciente a una centuria de la III Legión Cirenaica de Egipto, fechada a finales del siglo I d.C., en la que consta qué hacían los soldados en activo los diez primeros días del mes de octubre. Entre los trabajos consignados se cuentan las guardias en diversos lugares del campamento, como la entrada, los parapetos y torres o los principia. Había legionarios que se encargaban del mantenimiento del calzado, las armas, las letrinas y las termas. Otros hacían de escolta de algún oficial o realizaban tareas fuera del campamento, saliendo de patrulla por los caminos.

Además de las tareas individuales, los soldados debían adiestrarse con su unidad realizando marchas o entrenamientos en grupo. Los diversos ejercicios iban desde desfiles a simulacros de batallas o asedios. Las maniobras se llevaban a cabo con tal rigor que, en el siglo I d.C., el historiador judío Flavio Josefo decía con admiración que éstas no eran diferentes de la propia guerra y que cada soldado se ejercitaba todos los días con la mayor intensidad posible, siendo «sus maniobras como batallas incruentas y sus batallas como maniobras sangrientas».



Comida, ocio y religión

Los legionarios hacían dos comidas al día: el desayuno (prandium) por la mañana, y la cena (cena), la principal, al acabar la jornada. La dieta básica del legionario era variada y consistía en cereales, sobre todo trigo, carne de cerdo o ternera, y vegetales y legumbres, básicamente lentejas y habas. La caza y la pesca en las cercanías de los asentamientos podían contribuir a una mejor alimentación. A veces, los soldados pedían en las cartas a sus familiares que les enviaran comida extra. Ni que decir tiene que la alimentación de los oficiales sería más variada e incluiría alimentos de mayor calidad. Para beber tenían agua, cerveza y vino agrio. Al no existir comedores comunes para los soldados, las raciones individuales que se entregaban para comer eran cocinadas en el ámbito del contubernium, en hornos y cocinas fijos o portátiles. El hecho de cocinar y comer juntos propiciaba la camaradería entre los soldados.

El legionario tenía diversas opciones para emplear su tiempo libre. Una de ellas era acudir a las termas del campamento, que podían estar dentro o fuera de él. Era un lugar apto no sólo para la higiene y el descanso, sino también para la vida social y los juegos de azar. También se podía acudir a los asentamientos que surgían a la sombra de los grandes campamentos, que recibían el nombre de canabae. Allí había mercaderes ávidos de aligerar el bolsillo de los legionarios, tabernas para beber y jugar, e incluso burdeles. En este lugar vivían las familias de los legionarios, aunque parece que éstas podían haber vivido igualmente dentro del campamento. Estos lugares se convertían con el tiempo en vici (aldeas) e incluso daban lugar a ciudades. Algunos campamentos tenían en sus alrededores un anfiteatro, como en Caerleon (al sur de Gales), en el que, además de luchas de gladiadores o cacerías de fieras, podían realizarse desfiles militares o exhibiciones de lucha por parte de los propios legionarios.

El ejército tampoco descuidaba la vida religiosa de sus soldados, que servía de aglutinante para gentes de procedencia diversa y propiciaba el equilibrio personal. Con el objetivo de lograr la adhesión de los legionarios a Roma y a su emperador se celebraban ceremonias religiosas en honor de los dioses y divinidades oficiales, como Júpiter Óptimo Máximo, Roma Eterna y Victoria Augusta. Otras estaban dedicadas a los emperadores romanos –por ejemplo, con motivo de su cumpleaños–, o a la celebración del día de la fundación de Roma. Incluso se estableció un culto a la disciplina militar, a través de una divinidad abstracta llamada Disciplina, que introdujo el emperador Adriano para potenciar la eficacia del ejército. Las fiestas religiosas eran también una válvula de escape a la rutina diaria y permitían un cierto relajamiento de las costumbres. Junto a los dioses oficiales los soldados podían adorar de forma privada a las divinidades propias de su región o participar en cultos orientales como el de Mitra, que prometía la salvación personal a sus iniciados.

Como incentivo en su vida castrense, el legionario romano contaba con su paga regular, que en tiempos de Augusto ascendía a 225 denarios anuales, cantidad que aumentó progresivamente conforme avanzaba el Imperio. Aunque de esta paga se hacían deducciones para la comida, mantenimiento del equipo y otros gastos, parece que los soldados podían llegar a ahorrar el veinticinco por ciento de la paga anual. Además, el ascenso en el ejército conllevaba un aumento considerable de salario, de modo que un centurión podía cobrar unas quince veces más que un soldado raso. Como ingresos adicionales, los legionarios contaban con los donativos extraordinarios efectuados por los emperadores, bien por testamento, bien en ocasiones especiales, que se pagaban a las tropas de manera proporcional según el rango militar.



El premio a una vida de servicio

Había tres formas de dejar la legión. La primera era a consecuencia de una enfermedad o heridas graves que hicieran al legionario inútil para el ejército. En ese caso (missio causaria) era licenciado tras un riguroso examen de su condición. También era posible que el soldado cometiera acciones criminales que provocaran su licenciamiento con deshonor (missio ignominiosa), quedando inhabilitado para cualquier servicio imperial. Los demás legionarios, alrededor de la mitad, conseguían sobrevivir a los veinticinco años de servicio y eran licenciados con honor (missio honesta).

Una vez licenciados, los legionarios disfrutaban de una serie de derechos y privilegios como ciudadanos y veteranos. Quedaban exentos de numerosos impuestos y recibían un trato preferente en su relación con la justicia. Si lo deseaban, también podían legalizar su situación matrimonial. Seguramente se les entregaba algún documento escrito en el que constaba su licenciamiento. Los auxiliares, por su parte, recibían un diploma de bronce donde se detallaba su condición legal de soldados veteranos.

El licenciamiento permitía a los legionarios «volver a casa», pero no todos lo hacían. Muchos recibían un terreno en los asentamientos cercanos a su campamento o en la región en la que habían servido, sobre todo si se habían casado con mujeres locales. Las parcelas reservadas a cada licenciado, de forma cuadrangular, eran delimitadas por agrimensores en un proceso llamado centuriación. Los que habían sido centuriones podían gozar de una buena posición en la ciudad en la que decidieran fijar su residencia, e incluso llegar a los más altos grados de la magistratura local. Otros invertían sus ahorros en abrir un negocio; por ejemplo vendedor de cerámica o de espadas.

El legionario que llegaba a veterano había tenido una existencia dura, aunque mejor que muchos civiles, y al término de su servicio podía recoger los frutos de su esfuerzo gozando de privilegios y de consideración social. Pero no todos tenían motivos para felicitarse. En el año 14 d.C. estalló una revuelta de legionarios en Panonia, dirigida por un cabecilla que clamaba ante sus compañeros: «Bastante hemos pecado de cobardía accediendo a servir durante treinta o cuarenta años hasta acabar viejos y, en la mayoría de los casos, con el cuerpo mutilado por las heridas», y se quejaba del miserable jornal que recibían a cambio de soportar «los golpes y heridas, la dureza del invierno, las fatigas del verano, las atrocidades de la guerra o la esterilidad de la paz».

Cherrapunjee


Cherrapunjee está en India, y durante años se consideró el punto más lluvioso del planeta. Su media de lluvias anuales alcanza los 11.430 milímetros, pero la particularidad, es que la precipitación se concentra en la estación monzónica. En conclusión, la lluvia es increíblemente abundante y en un período de tiempo concentrado.












Chocó


En el Chocó, el área noreste de Colombia que mira al Pacífico, registra en algunos puntos hasta 13.000 milímetros de lluvia anuales (especialmente en el municipio de Lloró), y es una de las candidatas a disputar como la zona más lluviosa del planeta. Es una zona de selva, y clima tropical, una combinación que permite una de las riquezas biológicas más altas del mundo.














Waialeale

El monte Waialeale es un verdadero embudo de agua del planeta. En realidad es un volcán con una caldera que recibe cantidades de agua de lluvia completamente desproporcionadas. Según los registros, en promedio caen unos 11.500 milímetros de lluvia al año, aunque en ocasiones, se han registrado hasta 17.300 mm en un sólo año, por lo que sin dudas, su cima es uno de los puntos más lluviosos del planeta, y para ello, hay una razón.





La caldera del monte Waialeale alcanza hasta los 1.569 metros de altura sobre el nivel del mar y se encuentra en la isla de Kaua en Hawaii. Según estimaciones, puede alcanzar los 360 días de lluvia al año, algo que sucede de un modo uniforme y sin distinción de estaciones. La razón por la que se posibilitan las abundantes precipitaciones está relacionada con su situación geográfica, la exposición con los sistemas frontales que traen las lluvias a la isla, y sobre todo, la forma cónica y regular del volcán, alcanza una altura que literalmente hace de “embudo para la descarga de las nubes”. Los acantilados del volcán hacen que el aire cargado de humedad ascienda con rapidez al chocar con el volcán, descargando la lluvia en un sólo lugar y no de forma gradual como sucedería en un área menos abrupta. Así, el aire húmedo proveniente del sudeste gracias a los vientos alisios se “desploma” al ascender y condensarse, formando decenas de cascadas en las laderas, un espectáculo que no hace falta profundizar demasiado en su belleza.


























El Wai’ale’ale en vídeo (aunque no tiene la mejor calidad, es imponente)









Como curiosidad, del otro lado del monte sólo caen unos pocos milímetros al año, no tan lejos del punto del planeta que además es reconocido como el lugar del mundo donde llueve más días al año. Evidentemente, llegar a un lugar semejante no es tarea fácil, las abundantes lluvias hacen que el suelo sea muy húmedo y los caminos no sean apropiados. La forma más fácil de conocer éste paraje increíble es a través de un tour en helicóptero.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Lago Malawi




Hoy vamos a hablar de la primera reserva de agua dulce del mundo: el Parque Nacional del Lago Malawi. Se trata de una zona que cubre un quinto del terreno del país y que está dotada de campamentos para que los más aventureros puedan acampar en sus verdaderas tiendas de campa cubiertas con un techo de paja, al más puro estilo africano. Sorprenderán las impresionantes vistas al lago al que se llega gracias a un puente privado. Por su fauna y flora, podemos tratarlo como uno de los mejores safaris que se conocen de África.

Está situado en los distritos de Mangochi, al sur de Malawi, y de Salima, en la parte del centro y cubre un total de 9.400 hectáreas. Incluye la península de Nankumba, en el extremo sur del lago, una docena de islas, las montañas Mwenya y Nkhudzi y una zona acuática hasta 100 metros de la costa.

El 24 de noviembre de 1980 la mayor parte del terreno fue declarada reserva forestal y algunas islas se protegieron anteriormente en el 1934. Posteriormente, en el año 1984 fue declarado Patrimonio de la Humanidad.



Concretamente, hablando solo del lago, cabe decir que es uno de los más grandes de todo el continente y se encuentra en el Valle del Rift, entre Malawi, Tanzania y Mozambique. Las aguas cubren un total de 560 kilómetros de longitud, 80 kilómetros de anchura máxima y 700 metros de profundidad.

Es exclusivo en el planeta por una razón: la formación de una provincia biogeográfica única que tiene casi 400 especies de cíclidos descritas endémicas (un 30% de todos los cíclidos del mundo) y, lo más seguro, muchas que no se han descubierto todavía.

Aunque la flora del parque aún no se ha estudiado con detalle, sí que se han realizado estudios sobre sus demás vertebrados. Entre sus mamíferos es común ver hipopótamos, babuinos, monos verdes, cerdos, jabalíes o elefantes. También destacan el leopardo o el antílope. Respecto a sus aves, llaman la atención las águilas o los cormoranes de cuello blanco. También existen varios reptiles como cocodrilos.

Hay estudios que demuestran que el lago podría existir desde hace dos millones de años. Dado que se sitúa en una región tropical y su profundidad es bastante notable, el lago está siempre estratificado, con un epilimnio de mayor temperatura encima de un hipolimnio más frío. La profundidad y cantidad del agua varía según la época del año y tiene también un ciclo de duración largo, cuyos niveles más altos son los más recientes, según varios informes.

Valle Goblin

Recorremos en imágenes el Valle Goblin, un auténtico desconocido, seguramente opacado por otros tantos paisajes norteamericanos. Lo particular de Goblin son los hoodoos o las chimeneas de hadas, un fenómeno geológico en el que quedan en pie tras miles de años de erosión, columnas naturales coronadas por una roca más resistente en la cima.

En Goblin los hoodoos reinan por todo el valle conformando un paisaje único y con una forma tan redondeada que se parecen a setas gigantes (más que a los duendes a los que hace referencia el nombre de Goblin).






















































































El parque Estatal Goblin Valley se encuentra en Utah, Estados Unidos, y se puede recorrer a través de tres senderos señalizados. Es un ambiente árido y con una flora y fauna limitada.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Nimiokoala




La fauna australiana cuenta con una larga lista de marsupiales que se han ido extinguiendo a lo largo de tiempo. Entre ellos se encuentra el nimiokoala, un pequeño tipo de koala que vivió durante el Mioceno al norte del continente.

Sus registros se basan en los restos de cráneo que fueron hallados y que para gran sorpresa de la comunidad científica se encontraban bien conservados. Conozcamos un poco en sobre el ancestro de nuestros simpáticos koalas actuales.



¿Cómo eran los nimiokoalas?

Al igual que sus descendientes, los koalas actuales, los nimiokoalas eran animales arborícolas, robustos, con patas cortas y brazos largos que les permitían trepar por los árboles y mantenerse viviendo en ellos. Poseían complejos molares en forma de tijeras dentadas con los que podían cortar fácilmente la vegetación frondosa de la zona. También eran tan perezosos como los de hoy día. Sin embargo, eran más pequeños (25-30 centímetros) y con un hocico mucho más aguzado.



Hábitat del nimiokoala

Al parecer vivieron hace millones de años atrás en la región llamada Riversleigh, que en esa época estaba cubierta por densos bosques, aunque también había zonas más claras y arroyos de agua dulce. Igual que en la actualidad, estos marsupiales vivían trepados en los árboles, lugar donde desarrollaban su ciclo de vida completo.


¿De qué se alimentaban los nimiokoalas?


Se cree que los nimiokoalas debieron alimentarse de las hojas de los árboles que habitaban; sin embargo, no se sabe a ciencia cierta si estaban especializados en las hojas de eucalipto como lo hacen sus descendientes. Es probable que su dieta consistiera en una variedad de hojas, pues rica era la flora en el Mioceno. Los eucaliptos entonces no eran el árbol predominante, quizás luego, cuando se hizo extensivo su hábitat en el continente, se produjo una adaptación en las especies de koalas posteriores que los hizo cambiar su costumbre alimenticia.





Hábitos reproductivos de un nimiokoala

Dado que era una marsupial, este mamífero debió tener una bolsa para llevar a sus crías, cuya abertura los expertos suponen hacia atrás, tal como ocurre con los koalas y los wombats. Los hijos continuarían con su madre en la marsupia hasta el destete. Por otra parte, hay evidencias craneales de que tenían la capacidad de producir fuertes bramidos ―aunque menos potentes― para atraer a sus parejas y avisarle a sus compañeros de la cercanía de depredadores.



Del nimiokoala al koala

Del nimiokoala al koala se produjeron cambios en la anatomía craneal, en particular en la facial, para enfrentar las exigencias del cambio de dieta, pero manteniendo la sofisticación auditiva. Los científicos consideran que la configuración moderna es, por tanto, un resultado de reajustar sus habilidades masticatorias sin comprometer en lo absoluto su complejo sistema auditivo.



Aunque el nimiokoala sea un marsupial ya extinto, su conocimiento nos muestra una vez más cómo se produce ese maravilloso proceso que es la evolución natural, de modo que las distintas especies ganan habilidades para adaptarse a las nuevas exigencias de su entorno.

Scala dei Turchi

Esta playa entre acantilados blancos se encuentra en Italia.





El acantilado rocoso que es Scala dei Turchi forma parte de la costa de Realmonte, cerca del Puerto Empedocle, al sur de Sicilia. Ese particular color blanco está constituido de marga, una roca sedimentaria que colorea el paisaje como ninguno otro elemento podría hacerlo.





Además, para ambos extremos existen dos playas con arena perfecta a las que se accede a través de una forma natural que se ha dibujado sobre la roca que la hace parecer una escalera, y de allí su nombre (ya que scala es escalera en italiano). La referencia a los turcos mantiene vivo los tiempos en que se llevaban a cabo redadas entre éstos y los piratas de la Costa Bárbara.

Todo un escenario que no puede dejar de cautivar los sentidos: las ondulaciones que parecen talladas a mano, el sonido del mar en su constante devenir, las aves revoloteando. Un costado costero que, podríamos decir, resulta bastante inesperado en Italia.









La “Scala dei Turchi” está precisamente a 18 kilómetros de Agrigento en la isla de Sicilia. Cuando uno se va acercando por la carretera principal, más y más, la formación se ve levantarse imponente en el horizonte. Basta esa primera impresión para anticipar la belleza que la naturaleza nos ha guardado frente al mar.

Al enfilar hacia las playas, donde el agua los asombrará por lo prístina que es, las escaleras famosas se dibujarán ante nosotros invitándonos a seguirlas hasta desembocar frente al horizonte. Las playas que encontrarás en la Scala dei Turchi son Rosello, Giallonardo, Le Pergole y Punta Grande, que son ideales para retozar al sol y dejarse acariciar por su arena fina.




Aunque la muralla rocosa nos haga pensar que estamos en un lugar aislado y alejado de todo, lo cierto es que muy cerca de estas playas encontraremos restaurantes, hoteles, con todo lo que se necesita para poder armar un viaje de algunos días en este rincón de Italia.

Por supuesto en verano es cuando encontrarás la actividad a pleno porque los turistas aprovechan los días para refrescarse en el mar pero, al caer el sol, las fiestas y conciertos al aire libre se multiplican, haciendo que la diversión esté garantizada. Si prefieres cambiar fiestas por conocer algo más de la cultura de Sicilia, nada mejor que planificar (o improvisar, eso va a gusto de cada uno) una visita al pueblo de Realmonte, conocer la Torre de Monterosso y los restos de una hermosa Villa Romana. También puedes recorrer Agrigento y el Valle de los Templos, créeme que no te imaginas todo lo que esta isla tiene para mostrar.