lunes, 19 de marzo de 2012

La garganta de Takachiho

Cerca de Takachiho, prefectura de Miyazaki, se encuentra la garganta de Takachiho, un paraje natural que combina cuatro elementos de la naturaleza para completar un paraje idílico: un río de aguas cristalinas en turquesa, acantilados de prismas basálticos, una cascada que cae desde un acantilado y la exuberancia de la vegetación. 


Pasear por la garganta de Takachiho en bote es poco menos que un recorrido idílico. La cascada, que cae desde 17 metros de altura, es el fondo sonoro de un paseo que se extiende por 600 metros, y que en primavera y hasta principios del verano se ve decorado con flores de variado colorido, además de tonalidades rojizas y amarillas de las hojas que caen en otoño.











El Castillo de Alburquerque


Corona un cerro en la sierra de San Pedro, provincia de Badajoz, y su emplazamiento le lleva a garantizar esa posición dominante que debían de tener los castillos en otro tiempo. Es el llamado Castillo de Luna, ubicado como un vigía y protector en la pequeña población de Alburquerque, la principal de la llamada comarca de los Baldíos y casi lindante con territorio portugués. Probablemente a los vecinos de la localidad aún siga evocándoles seguridad: si algo malo ocurriese, el lugar más seguro en kilómetros no es otro que un castillo que aún se mantiene firme e inexpugnable sobre un cerro.

El Castillo de Alburquerque nos queda hoy como una ruina que sólo es inexpugnable para quienes no puedan subir la colina que corona, pero su visión rememora irremediablemente a aquellos tiempos en que los castillos no eran monumentos turísticos sino fortalezas defensivas.

La construcción:

Fernando II de León recuperó la zona para la cristiandad en 1166, aunque su control definitivo no llegó hasta 1217, cuando la Orden de Santiago metió mano. Reconquistada Badajoz, la Corona encargó la construcción de una fortaleza que asegurase el noroeste de Badajoz, y la obra —lenta y laboriosa— pasó por varias fases y por varias manos, hasta que en el siglo XV se le encomienda la fortaleza a don Álvaro de Luna, Maestre de la Orden de Santiago y Condestable de Castilla, que acomete entre 1445 y 1453 una amplia reforma con la idea tanto de convertir al castillo en una residencia palacial como de afianzar su carácter defensivo. La Torre Homenaje, que corona la edificación, es construida durante estos años. Está formada por cinco pisos y su parte superior se encuentra totalmente almenada. El acceso a la misma, además, sólo podía realizarse a través de un puente levadizo, que daba a la torre una capacidad defensiva total.

La forma definitiva del castillo se la dio don Beltrán de la Cueva, primer duque de Alburquerque, quien entre 1465 y 1472 termina por construir las dependencias palaciegas y remata algunos recursos defensivos, destacando una curiosa torre pentagonal cuya cima rematan una sucesión de almenas puntiagudas coronadas con bolas. El muro exterior, asimismo, es terminado en esta época: son tres niveles de muralla en donde se suceden una serie de pequeñas torrecillas y varias puertas.

Una ruina de la Reconquista:

Para cuando el Castillo de Alburquerque tuvo al fin su forma definitiva, la guerra contra los moros estaba ya muy lejos de las tierras de Extremadura. Ello hace que prácticamente el castillo fuese un fantasma de la Reconquista nada más nacer. Este problema no es único en este caso, y podemos encontrárnoslo en numerosísimas construcciones medievales castellanas: la conquista al moro era, en la mayoría de los casos, más rápida que las construcciones defensivas que se encargaban, y cuando éstas terminaban, el límite ya no lo marcaba este territorio, sino aquel de más al sur.

Pero no debemos de olvidar que aunque la frontera cristiana avanzase rápidamente hacia el sur, Alburquerque se sitúa a pocos kilómetros de Portugal, un Estado que, siendo Reino, no fue aliado español en casi ningún momento. Ello hizo que el castillo nunca se desembarazase de su carácter defensivo, y su sistema amurallado, sus torres y puertas y la gran Torre Homenaje nunca perdieron su vigencia.

En su interior se esconde, como un tesoro, una pequeña capilla del siglo XIII donde se advoca a Santa María del Castillo. El Castillo de Alburquerque fue declarado Monumento Nacional en 1924, y hoy es probablemente el castillo mejor conservado de Extremadura.

La batalla de los acantilados rojos

Sello con bajorrelieve sobre el Acantilado Rojo. Dinastía Ching (1644-1911)

La Batalla de los Acantilados Rojos ocurrió en China antes del período histórico llamado de los Tres Reinos. Fue a finales de la dinastía Han, en el invierno del 208 al 209 d.C, entre las tropas aliadas de los señores del sur Lui Beu y Sun Quan y las tropas del señor del norte, superiores en número, Cao Cao.


Aún siendo menos las tropas conjuntas de los señores del sur impidieron que Cao Cao conquistara más territorio al sur del río Yangtzé. Esta alianza terminó con la victoria conjunta en los Acantilados Rojos y formó una línea de defensa que permitió más tarde la creación de los reinos sureños de Wu y Shu Gan. Si bien los historiadores desconfían de muchos datos, entre ellos la real ubicación de la batalla, todos conjeturan que muy probablemente tuvo lugar en la orilla sureña del río.
 
 

La batalla se desarrolló en tres etapas: una escaramuza inicial en los Acantilados seguida de una retirada hacia los campos de batalla Wulin, en la orilla noroeste del río Yangtsé, una batalla naval decisiva y la desastrosa retirada de Cao Cao a lo largo del camino de Huarong.


La fuerza combinada de Sun y Liu navegó aguas arriba desde Xiakou o Fankou hasta los Acantilados Rojos, donde se encontraron con la fuerza de vanguardia de Cao Cao. Diezmados por las enfermedades y la baja moral debido a las marchas forzadas que habían emprendido para su larga campaña hacia el sur, los hombres de Cao Cao no pudieron obtener ventaja en la pequeña escaramuza en los acantilados y se tuvieron que retirar a Wulin, al norte del río Yangtsé, mientras que los aliados hicieron lo propio hacia el sur.


Cao Cao había amarrado sus barcos de proa a popa, posiblemente con el objetivo de reducir el mareo de los hombres de su marina de guerra, procedentes del norte y poco acostumbrados a navegar. Al observar esto, el comandante de división Huang Gai envió una carta a Cao Cao simulando rendirse y preparó un escuadrón de buques capitales descritos como mengchong doujian. Los barcos habían sido convertidos en naves incendiarias llenándolos con haces de leña, cañas secas y aceite. Cuando el "rendido" escuadrón de Huang Gai llegó a mitad del río los marineros prendieron fuego a los barcos antes de huir en pequeños botes. Las naves incendiadas sin tripulantes, empujadas por viento del sureste, se dirigieron hasta la flota de Cao Cao y la incendiaron. En muy poco tiempo las llamas se extendieron y muchos hombres y caballos murieron quemados o ahogados.


Tras la conmoción inicial, Zhou Yu y los aliados condujeron el asalto con una fuerza ligeramente armada. El ejército norteño cayó en la confusión y fue totalmente derrotado. Al ver la desesperada situación, Cao Cao emitió la orden de retirada general y destruyó los barcos que le restaban antes de replegarse.
 
 El Acantilado Rojo. Wu Yuanzhi (entre 1190 y 1196)
 
El ejército de Cao Cao intentó una retirada por el camino de Huarong, con un largo tramo que atravesaba las tierras pantanosas del norte del lago Dongting. Las fuertes lluvias habían convertido el camino en un espeso fango, muy traicionero para los soldados enfermos, que debían portar fardos de hierba a la espalda con la finalidad de extenderlos sobre el barro y permitir el paso de los jinetes. Muchos de estos soldados se ahogaron en el barro o fueron pisoteados hasta la muerte en el esfuerzo. Para mayor desgracia del ejército de Cao Cao, los aliados liderados por Zhou Yu y Liu Bei lo persiguieron por tierra y agua hasta que alcanzaron la Comandería de Nan, lo que unido al hambre y las enfermedades diezmó las fuerzas restantes de Cao Cao. Éste se retiró al norte a su base de Ye, dejando a Cao Ren y Xu Huang para proteger Jiangling, Yue Jin estacionado en Xiangyang y Man Chong en Dangyang.

El contraataque de los aliados podría haber vencido a Cao Cao y sus fuerzas por completo, pero su cruce del río Yangtsé se produjo en el caos y los ejércitos aliados que convergieron en sus orillas lucharon por un número limitado de trasbordadores. Para restablecer el orden, un destacamento dirigido por el general aliado Gan Ning creó una cabeza de puente al norte, en Yiling, mientras que sólo una firme dirección de Cao Ren en retaguardia previno nuevas catástrofes.
 

Una gruta azul en la isla de Capri


Se sitúa en la costa de la Isla de Capri, en Italia.
Su nombre responde a la realidad, se llama la Gruta Azul (o Grotta Azzurra). El color de sus aguas le ha bautizado. La entrada a la gruta está parcialmente sumergida en el mar, como ocurre con otras muchas cuevas que existen alrededor de la isla, lo que permite visitarla por dentro.

Los emperadores romanos que pasaban sus vacaciones en Capri, usaban la Gruta Azul como baño privado.

Se cuenta que fue un artista polaco llamado Klophisch quien popularizó el lugar después de que un pescador local le revelara su existencia en 1826. Pero en los orígenes de cualquier lugar tiene que haber leyendas y esta podría ser una de ellas. En cualquier caso, lo cierto es que esta cueva se ha convertido en una importatísima atracción turística con el paso de los años. 

Las dimensiones de la cueva son de 60 metros de largo y 25 de ancho aproximadamente. Su tamaño aumenta considerablemente debajo del agua, donde el agujero en mucho más grande.

Completamente sumergida se sitúa otra apertura en la cueva, lo que permite que entre la luz del sol iluminando el agua desde abajo, volviéndola de un azul turquesa y de una fosforescencia incomparable. Los pasajes subterráneos que conducen a la gruta están parcialmente cerrados, aunque se cree que una vez estuvieron conectados a las catacumbas de las tumbas romanas. Para poder adentrarse en barca es necesario que el mar conserve la calma. Además, los guías piden a los pasajeros que agachen la cabeza y se tumben mientras la embarcación entra en la gruta, siempre con una cadena permanentemente adjunta a la entrada para que nadie se pierda.