Más allá de la tristeza que embargaba a
Enrique VIII por la muerte de su esposa Juana, debió considerar
celebrar un nuevo matrimonio, ya que resultaba conveniente a los fines
de fortalecer sus alianzas de poder. En este sentido, necesitaba casarse
con alguna candidata que lo aliara con el Sacro Imperio Romano
Germánico que –liderado por el Emperador Carlos– representaba la mayor
potencia de la época.
Entre las posibles esposas se
encontraba la flamenca Ana de Cleves, princesa de una familia destacada
de religión protestante luterana, lo que favorecería la posición de
Enrique en Inglaterra como jefe de la Iglesia Anglicana que él mismo
había creado. A los fines de consolidar aún más esa posición, pensó en
pactar el matrimonio del recién nacido Eduardo con una hermana de Ana,
intento que resultará fallido.
En este sentido, a los fines de
conocer el aspecto de la que sería su cuarta esposa, envió a la corte
germana al pintor Hans Holbeín para que realizara un retrato de su
prometida. Así lo hizo el gran pintor, sin embargo, por temor de
desagradar al rey realizó un retrato retocado de la futura reina, ante
el cual el rey aprobó y hasta se ilusionó con la nueva posesión
conyugal. Pero cuando conoció personalmente a Ana de Cleves, no pudo
menos que manifestar su desagrado. En su círculo privado se refería a
ella como "la yegua de Flandes".
Según los cánones de la época,
Ana era realmente fea: era alta y corpulenta, y su rostro poco agraciado
mostraba además marcas de picaduras de viruela. Incluso, era poco apta
para sostener los diálogos ingeniosos de una corte renacentista,
dirigidos muchas veces por el mismo rey, que escribía versos, creaba
canciones y gustaba de la lectura, todo lo cual era ajeno a los gustos
de Ana, la cual apenas hablaba inglés.
Preso de esta decisión, ya que
no podía negarse al casamiento por los altos intereses políticos y
económicos que la novia representaba, contrajo matrimonio en 1540. De
esta manera, Ana de Cleves se convertía en la cuarta esposa de Enrique
VIII.
Ana había permanecido católica
conservadora, aunque su familia era luterana. Entabló una relación
próspera con la princesa María y se estima que su relación con el rey
era buena. A pesar de esto, Enrique había puesto su atención en una dama
que formaba parte del sequito de damas de honor de Ana, la bella
Catalina Howard. De esta forma, el matrimonio entre Enrique y Ana estaba
destinado a la ruptura. De hecho, Enrique consiguió que la fea
flamenca, quizá temerosa de correr la suerte de la otra Ana (Ana
Bolena), aprobara el divorcio, apenas transcurridos unos meses desde el
día de la boda. A cambio de ello, recibiría una importante renta
vitalicia que le permitiría proseguir residiendo en la corte inglesa
como dilecta amiga del rey y de la princesa María, pudiendo mantenerse
de acuerdo con su alto rango.
En este sentido se elaboraron
una serie de hipótesis acerca de la consumación del matrimonio entre
Enrique y Ana de Cleves: algunos historiadores sostienen que el
matrimonio no fue consumado, por el desagrado físico que la flamenca
producía al rey; otros dicen que la separación se produjo porque Enrique
no había obtenido los favores de Ana, que estaba enamorada de otro
hombre, y la deseaba tanto que le ofreció desposarla para poder hacerla
suya, pero lo cierto es que Ana accedió buenamente a abdicar el reinado
inglés en el que se vio pronto suplantada por su dama de honor. Así,
este cuarto matrimonio del rey Enrique VIII semejó un paso de comedia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario